Dedicamos gran parte de nuestra vida a intentar ser la idea que tienen los demás de quién deberíamos ser. Nos doblegamos a formas que encajan con las expectativas, la comparación y el juicio. Sin embargo, la verdad más profunda es que la libertad no proviene de satisfacer esas exigencias, sino de entrar de lleno en nuestra propia forma.
Esta es la alabanza que rara vez hacemos: no al éxito, no a las apariencias, sino al milagro silencioso e irrepetible de ser quienes ya somos.
El descubrimiento de la diferencia
Hace una década, tropecé con una revelación inesperada: tengo afantasía. No puedo visualizar con el ojo de mi mente. Cuando las meditaciones guiadas me invitaban a imaginar orbes de energía brillantes o colores intensos, sentía paz, sí, pero solo veía oscuridad.
Al principio, pensé que me lo estaba perdiendo. Mis amigos describían ver visiones, colores, viajes con psicodélicos, pero lo único que yo encontraba era la parte posterior de mis párpados. Curiosamente, mis sueños eran diferentes: vívidos, cinematográficos, aventuras arrolladoras. Y mi hermano Olivier se situaba en el polo opuesto, con hiperfantasía, una imaginación visual tan fuerte que podía superponerla a la propia realidad.
Ojo, esto no quiere decir que no pueda imaginar, sino que mi imaginación y mis recuerdos son más conceptuales y emocionales. Consisten en pensamientos, sentimientos y sensaciones, más que en imágenes.

Este contraste me hizo preguntarme: ¿podría «desbloquear» la visualización? ¿Me haría más creativo, más capaz, más completo? Quizá me ayudaría a reconocer mejor las caras. Es un poco vergonzoso no ser capaz de reconocer a los amigos si simplemente cambian de peinado o de forma de vestir.
Convertir la debilidad en fortaleza
Lo intenté durante años. Ejercicios de visualización, psicodélicos, intentos interminables, pero nada funcionó. Sin embargo, poco a poco, algo más se reveló: mi supuesta limitación resultó ser una fortaleza.
Como no puedo evocar imágenes imaginadas, mi mente no divaga. Vivo anclado en el momento presente. Puedo cambiar de contexto al instante, pasando de un tema a otro sin distraerme. Mi memoria es asombrosa. Retengo casi todo lo que leo o experimento, como si la falta de imágenes internas agudizara todas las demás facultades.
En un mundo desbordado de distracciones, esto no es una desventaja. Es un superpoder.
Y así, dejé de anhelar una mente diferente. Acepté la que me dieron.
Cuidado: puede que no seas quien crees que eres
Puede que te digas a ti mismo: «No sé pintar». Pero no es del todo cierto. Esa es solo una historia que te cuentas a ti mismo. Simplemente no has decidido dedicar tiempo a aprender. Con esfuerzo, puedes llegar a ser competente en casi cualquier cosa.
Pero la competencia no es una vocación. Lo que importa es descubrir lo que tu corazón más desea, y perseguirlo con abandono. Cada uno de nosotros nace con diferentes predisposiciones, fortalezas y debilidades. Estamos entrenados para «arreglar» lo que falta, pero es mejor dedicar la vida a potenciar lo que ya es nuestro.
La libertad de ser uno mismo
El sufrimiento proviene de vivir una vida escrita por otros: padres, compañeros, jefes, cultura, y por las historias que nos contamos a nosotros mismos sobre quiénes deberíamos ser. Representamos papeles, llevamos máscaras y nos aferramos con fuerza a las identidades, como si aferrarnos a ellas nos mantuviera a salvo. Pero, en cambio, nos asfixian.
La verdad liberadora es esta: la mayoría de la gente no te presta tanta atención. Están demasiado absortos en sus propias luchas. En el momento en que dejas de doblegarte a formas para obtener su aprobación, recuperas una libertad asombrosa. Cuando ves que a nadie le importa de verdad, te liberas de la tiranía de actuar.
Del mismo modo, el dolor, ya sea por críticas, rechazo o fracaso, solo es insoportable cuando crees que te define. Si dejas de identificarte tan ferozmente con el «yo herido», descubres un yo más profundo al que no se puede tocar. Puede que el mundo siga lanzándote caos, pero ya no le entregas las llaves de tu paz interior.
Que te importe menos no significa apatía. Significa aflojar el agarre ansioso, retroceder a la comedia cósmica y darse cuenta de que la vida es un juego, no un castigo. Cuando dejas caer la pesada seriedad, te encuentras riendo más, creando más, viviendo más.
Autenticidad = Libertad
La invitación es simple pero profunda: sé tú mismo, no el yo que la sociedad espera, no el yo que has estado ensayando, no el yo que crees que «deberías» ser, sino el yo crudo, irrepetible y honesto que emerge cuando dejas de fingir.
La autenticidad no consiste en llegar a ser perfecto. Consiste en dejar caer la máscara. Cuando lo haces, descubres una extraña paradoja: cuanto menos te preocupa ser aceptado, más te acepta la vida.
Así que, deja de actuar. Sal del centro de atención. Ríete de lo absurdo. Baila con la existencia.
Porque cuando dejas de preocuparte por quién se supone que debes ser, finalmente descubres la libertad de quién ya eres.